martes, 6 de febrero de 2007

El triste y dulce olvido

No sabría decir qué estado de animo tenía cuando escribí lo que no deja de ser una reflexión sobre la impotencia ante la pérdida de alguien. Saliendo de la adolescencia como lo hacía tal vez pensaba en la muerte, hoy me doy cuenta que hay mucha gente de la que ya no sé nada, y que en cambio sigo recordando. Es el recuerdo quien las mantiene vivas en mi.


La mar está bañando mis pies, hartos ya de tanto andar. Tengo arena en los dedos, en los tobillos. El agua roza mis pies, pero está tal vez demasiado fría. Es pronto, la playa está desierta. Estoy sentado en la orilla, con las manos hundidas en la arena, la vista fija en el horizonte. El sol está empezando a invadir el mundo, pero a mi no me llegará ni un poco de su brillo. He pasado toda la noche como si fuera la más larga de mi vida, hasta podía seguir los movimientos de las estrellas. Intenté hablar con ellas, pero eran demasiadas preguntas para unos puntos de luz que no sabían transmitirme ni una ínfima parte de su claridad.

Ahora me gustaría que este amanecer irradiaría felicidad en mi, y que la mar fresca y transparente aliviara mi sufrimiento. Cuanto envidio aquel pescador que a lo lejos espera pacientemente a lo largo del día... a lo largo de la vida...
Pero esto aviva más el dolor que siento:
La muerte no deja pasar el transcurso dócil de la existencia. La dama de velo negro, tuvo envidia de tu suerte. Tengo los ojos húmedos, yo también lloro. No sé si por el sol o por la sal o porque estoy solo.
Sabes? Oí una vez que el nacer era un empezar a morir y que vivir era esperar a la muerte y hoy veo claramente que es cierto. Aunque ahora soy incapaz de ver nada ni de sentir nada excepto odio y envidia.

Odio por no poder cambiar tu destino, por no poder mejorar el mio. Odio por no poder luchar contra la sombra que me oprime, contra quien se lleva la vida.
Y envidia. Envidia de ella la muerte, pues escoge a quien quiere y cuando quiere; cómo y dónde quiere. Envidia de ella que te tiene y no me deja verte.
¿Dónde están aquellos días que de esperanzas e ilusiones vivíamos?
Todo queda en el olvido. En el triste y dulce olvido, que me permite recordarte hasta el final de mi destino.

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